I
Ellas
nos miran desde unos ojos sin tiempo y nos absorben; son criaturas céntricas en
las que se refugia el desandar cíclico del universo, lo acogen en su seno y lo
devuelven transmutado una y otra vez en vida. Cuerpos voluptuosos, instintivos
y soberbiamente deformes, atributos suficientes
para cumplir su fecunda misión
sobre esta tierra.
Una inesperada y
feliz coincidencia me colocó por primera vez ante ellas, a partir de
entonces comencé a necesitar la serenidad resuelta que impone el intelecto para
comprender el cambio que se estaba produciendo en el hacedor de aquellas
existencias, el repertorio se me aparecía más discreto y seductor; terminé
preguntándome si estaría en presencia de una desviación conveniente
y complaciente del decursar de aquel espíritu indomable que años atrás
había conocido.
III
Asistir a la antropología
pictórica que en los últimos años ha desatado Elías F. Acosta me ha permitido
continuar creyendo en la autenticidad
que siempre le atribuí a su creación, aquella sin escándalos ni
multitudes porque la irreverencia sutil ha bastado para quien se ha mantenido
distante de los temas circunstanciales.
La estética de lo deforme y la
acritud de las expresiones lo han distinguido.
En algún momento el propio Elías admitió que buscaba propiciar el “extrañamiento” a través de códigos
agresivos que desencadenaran la provocación, el rechazo, la apatía.
Entonces la concentración de su
descarga se depositaba en animales - símbolos amasados con sustancias
cromáticas ácidas que coexistieron con figuras mutiladas y fragmentadas en
contextos dramáticos en los que la tensión emocional desbordaba la superficie
planimétrica del cuadro y
aumentaba la angustia – casi
sofocante – en el espectador.
Ahora
su resolución se presenta más velada, se ha apropiado de la iconografía
femenina desde un discurso pictórico que expresa evidentes rupturas con su manera anterior,
atrás han quedado las atmósferas tensas carentes de evidencias humanoides, y ha
ido dando espacio a una seducción
retiniana lograda desde la armonía que producen la
sensualidad de las texturas, la luminosidad del color y la
fluidez de la línea.
Se
advierten marcados propósitos hedonistas – novedad en su quehacer - que funcionan
como recursos de comunicación atrayendo la mirada del espectador, su interés y hasta sus finanzas; no
obstante vuelve a recurrir a su típico
andamiaje plástico de probada eficacia semántica en obras anteriores: la
anulación de la anécdota en contraposición al sobredimensionamiento del motivo;
figuras femeninas deudoras de una tradición secular de representaciones
plásticas y connotaciones simbólicas inscrita en la historia del arte desde la
etapa auriñaciencie con la Venus de Willendorf y que ahora aparecen trasformadas
por la egocéntrica distinción autoral de Elías, aquella en la que subyace el
acostumbrado desprecio por los códigos
funcionales de la belleza, la renuncia a los modelos clásicos y a las proporciones de los miembros.
No
es únicamente la referencia a un motivo
históricamente trabajado lo que declara el esfuerzo de Elías por presentarse como heredero de las
construcción
sígnico – simbólica propia de la estética occidental, también lo es su
devoción – casi obsesiva – por el tecnicismo en la factura; sólo un detalle traiciona su aparente fidelidad a la ortodoxia:
no cree en el aura, porque se encuentra
más cercano de la disciplina y con ésta se
permite demostrar la valía de su
creación pictórica en el adverso contexto visual contemporáneo poblado de toda
suerte de experimentaciones, intervenciones performáticas, invasión de nuevas
tecnologías digitales y rupturas sucesivas contra la naturaleza misma de esta
práctica antiquísima.
IV
Ellas
conforman una galería de mujeres que no
temen a
la desnudez carnal de sus
sólidas estructuras, son captaciones seminales resultantes de una lenta y
refinada gestación a base de puro pincel, un suceso espiritual en el que se
intuye la fuerza comprimida que habita en el vínculo de libertad y naturaleza,
germen y principio de la Creación.
Massiel
Delgado Cabrera
Lic.
Historia del Arte. Universidad de La Habana.
Mayo
2003.
Publicado
en revista “Ariel”, añoVI. Número 3.
Cuarta época, 2003
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