Anacoreta en santuario



El pintor o dibujante debe ser un solitario, para que el
 bienestar del cuerpo no apague el vigor de la mente
Leonardo da Vinci



El cuerpo despojado de artificios es el texto recurrente en su poética; hasta podría parecer el principio y fin de una existencia cuyo sentido más elevado se alcanza en el retiro y el silencio. Sin embargo, se me antoja reconocerme  equivocada; no es la carnalidad que incita a deslizar el pincel, ni el regodeo con las formas  voluptuosas. Sus figuraciones corporales son la excusa para volver una y otra vez - con obsesión acaso – a sumergirse en el albur de un lienzo. 

Acto cotidiano, íntimo hace más de treinta años. Tan vital como respirar y por lo mismo tan natural y humilde. Cuando se sabe que Elías F. Acosta Pérez asume de esa manera la pintura y el oficio, entonces se comprende que el resultado no puede ser diferente, ni en la obra, ni en su presentación pública. Ambas, son expresión de una filosofía de vida desgarrada “en una mezcla rara de gozo, dolor y sufrimiento pero que se disfruta como proceso de creación” y  únicamente  termina en la pincelada por dar.
Por fortuna, a  veces la rutina  se interrumpe, se profana el encierro y está permitido el milagro de la contemplación. En este momento el espíritu se ilumina y uno agradece estar  entre los elegidos a quienes el azar del encuentro, regala tanta belleza, sincera y auténtica. No queda otra opción: perderse en lo insondable y someter la voluntad a la exploración; pero debe ser sin protocolos ni ceremonias, sin mediaciones contaminantes para la aprehensión.
Solo en el estado trascendente de vibraciones afines –las del pintor y el espectador - comienza la travesía, sorteando configuraciones dotadas de firmeza y plenitud donde subyacen estructuras diáfanas. Sensaciones profundas reveladoras de un pintor seguro y exigente, protagonista de un discurso maduro con el que se permite recrear su propia morfología, prácticamente un alarde autorreferencial.
Pero en esta ocasión su elocuencia es más depurada y plena, casi tendiente a lo abstracto, porque ha convertido el motivo naturalista en poético. Agranda el formato, trunca los cuerpos y con extrema precisión elimina lo superfluo; cada línea, cada forma, es un exorcismo a través de los medios pictóricos puros donde hace cohabitar los azules, los rosas o los verdes en efectos impredecibles, seductores, henchidos de ímpetu y ternura.
Siento un Elías F. Acosta renovado, ya dueño de esencias y aún con la audacia de quien se aventura en hipótesis desconocidas. Sutilezas inasibles y exploraciones constantes en soluciones técnicas devenidas armonías cromáticas intensas, veladas transparencias, sensaciones atmosféricas y trazos precisos, cual discípulo respetuoso de los grandes maestros. Excepcional  clarificación de posibilidades interpretativas si al prescindir de la anécdota, uno se concentra en la probidad del espíritu para reverenciar  esta experiencia estética.

Massiel Delgado Cabrera
Mayo 2014

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