Por: Massiel Delgado Cabrera.
A Elías lo conocí primero por su obra. Fue una cita de El
Pífano de Manet sobre un fondo que producía vértigo de tanta geometría y
aguzaba aún más la incomodidad mediante un montaje rómbico.
Cuánto esfuerzo me costó preservar aquella pieza de tan
difícil configuración para que no se dañara antes de exhibirla en el Salón 5 de
Septiembre del año 1991 en la Galería de Arte del Boulevard; su forma era ya
una dificultad pero el reto mayor estaba en lo extremadamente “cuidadoso y
serio” que era su autor, según me hacía saber con discreción Dalina, mi
compañera de trabajo de entonces, alguien que estaba mucho más entrenada que yo
en lidiar originales y artistas.
En aquel momento me pregunté quién sería el que se
presentaba a un Salón Provincial, después de la avalancha cuestionadora de los
ochenta también llegada a Cienfuegos, con aquella pintura figurativa de acusada
factura plana y materia untuosa que a mi ignorancia de recién graduada sólo le
parecía un alarde de manufactura formalista.
Cuan equivocada estaba, evidentemente yo no había entendido
nada y mi irreverencia tendría el costo de mucho tiempo para el intelecto. Por
fortuna la vida me ha permitido aproximaciones sucesivas para ir conociendo a
Elías: observaciones prudentes y algo distantes como las que resultan del
trabajo a diario compartido en que lo he visto pintar, grabar, enseñar; horas
de largas conversaciones sobre miles de asuntos filosóficos o mundanos en
cualquier esquina de esta ciudad; requerimientos más intelectuales y pretenciosos
para escribir sobre su obra; en fin, vivencias en las que no ha faltado la risa
saludable, la ironía o sus frecuentes sonrojos consecuencia de bromas de su
autoría, de la mía o de otros sobre él, que también sabe no son pocas, porque
él es muy “cuidadoso pero no tan serio”.
Un arsenal de detalles me han llevado por su obra que sigue siendo formalista,
técnicamente respetuosa e inspirada en sus grandes maestros ya confesados:
Cezanne, Matisse, Klimt, Modigliani, Paul Klee, Picasso y al igual que la de aquellos
llena de audacia congénita, sutil y aparentemente desconflictiva velada para
ojos ingenuos solo cautivos de la impecable factura. Insolencia caústica,
elegante, críptica e inasible cual rito de introspección dispuesto solo para
elegidos que como él profesan la militancia en el trabajo constante y agónico
de todos los días.
Lo más curioso es que todo esto ya me lo estaba revelando
aquella apropiación de El Pífano, pero el que no sabes es como el que no ve,
por lo tanto para mí las sutilezas estaban pasando inadvertidas.
Aquella obra – inusualmente dispuesta – ya andaba por el
camino de esa inconformidad múltiple y expansiva que te distingue; ella
contenía también, tu devoción por la técnica – o como te gusta llamar, por el
oficio – por lo tanto no era un alarde; ya yo estaba asistiendo – sin saberlo –
a esa profesión de fe que hasta ahora te ha permitido hacer tu incomodidad
furtiva.
Hoy cuando todavía no sé de qué sortilegio se habrán valido
para traerte aquí, no puedo más que agradecerle a quienes me han ofrecido el
gustoso privilegio de festejar contigo tus treinta años de trayectoria
artística y siento que también nuestros más de veinte de amistad, esos que me
permiten hacerte saber de mi admiración sincera y permanente respeto, por lo
que percibo, ha sido tu eticidad y consecuencia.
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