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de la serie Musicos, óleo / lienzo, 55 x 46 cm |
Por:
Lohanis Mesa Nápoles.
Desde hacía años y como una constante estuvo signando la obra de Elías Federico Acosta, un
tropo que por la reiteración con que aparecía, devino arquetipo y terminó por
constituirse en identitario de su quehacer. Comenzó siendo la evolución lógica
de otro gestado en la década de los 90, mientras creaba ciertas figuras de
aspecto felino que apoyaban un mensaje conceptual.
No fueron pocas las personas que debieron preguntarse la
razón por la cual este artista que asombraba por el hermetismo intelectualizado
de sus propuestas, se hubiese detenido tanto en un tema de cierta forma trivial
como la representación de la música en la pintura, sobre todo por el hecho de
que a lo largo del tiempo ha sido en la mayoría de los casos un complemento del
principal asunto. Este aparecía la mayoría de las veces acompañando escenas de
la vida mundana o banquetes, ya en remotas culturas, como en los frescos de la
tumba de Nakht, en Egipto, donde dos músicas amenizaban un convite en unión de
una bailarina. Por su parte, los etruscos nos legaron el fresco titulado
también “Los músicos”, ubicado en la tumba de los leopardos, en Tarquinia,
Italia, hacia el año 470 a.n.e.